Los últimos días de una guerra son siempre los más sangrientos. Los ejércitos derrotados suelen vengarse cometiendo atrocidades inútiles, como acabamos de verlo en Adra, donde las torturas infligidas a los trabajadores leales al gobierno nada tienen que envidiar a las atrocidades cometidas durante la retirada del III Reich. Pero la situación es muy complicada por causa de la desbandada de los restos de la coalición internacional antisiria, en la que cada componente trata de salvarse a expensas de sus antiguos aliados.
En vísperas de la conferencia Ginebra 2, lo que quedaba de la coalición internacional antisiria está volando en pedazos mientras que los Estados seguidores de Rusia o de Estados Unidos comienzan a posicionarse con vista a la reconstrucción.
La primera cuestión es la de la representatividad de la delegación de la «oposición siria». Hasta hace poco el problema era saber si esa delegación saldría del seno de la Coalición Nacional de Estambul y/o de la oposición nacionalista interna y externa que se pronunció contra la injerencia extranjera. Pero ahora hay que determinar también si la Coalición Nacional representa los intereses de Arabia Saudita, de Qatar o de Turquía.
En el terreno, los tres financistas de la guerra se han separado y están librando una batalla campal entre sí, al extremo de que ya ni siquiera se ocupan de tratar de derrocar el gobierno que querían destruir. Aunque aún se habla un poco del Ejército Sirio Libre, lo cierto es que este ha desaparecido del terreno. Así que los que quedan son el Frente Islámico (recientemente creado por el príncipe Bandar Ben Sultán), el Frente al-Nusra (que sigue vinculado a Qatar) y el Emirato Islámico de Irak y el Levante (EIIL o «Daesh» en árabe), que por cierto recibía financiamiento ilegal de Recep Tayyip Erdoğan, como lo acaban de demostrar la policía y la justicia turcas.
En un primer momento, el EIIL (o sea Turquía y por ende la OTAN) atacó el cuartel general del Ejército Sirio Libre (ESL) y lo saqueó. Los comandantes del ESL huyeron a Qatar y Europa pero el príncipe Bandar Ben Sultán logró recuperar unos cuantos, los puso al frente de nuevos mercenarios y creó con ellos el Frente Islámico. Después, el EIIL recibió órdenes de mover el grueso de sus fuerzas hacia Irak, donde tomó Ramadi y Faluya. Mientras tanto, las demás fuerzas, empezando por el Ejército Árabe Sirio, ocupan el espacio así abandonado en Siria.
Según la prensa atlantista y los medios de los países del Golfo, los «rebeldes» se aliaron a los «leales» en contra de los «yihadistas» y lo que estamos viendo ahora es una «segunda revolución siria». La ventaja de esa romántica descripción es que permite cerrar el capítulo de la «primera revolución» sin que el público se pregunte cuál fue su resultado. La realidad es que no hubo primera revolución y que ahora tampoco la habrá.
La prensa occidental tampoco parece interesada en saber por qué al-Qaeda, eterno auxiliar de la OTAN, ha recibido ahora instrucciones de abandonar el campo de batalla sirio y de irse a Irak. Ese movimiento presenta 3 ventajas para Washington: primeramente, debe concluir con un triunfo para el presidente Nuri al-Maliki y con la estabilización provisional de Irak, reducirá la cantidad de yihadistas –llamados a sufrir grandes pérdidas ante un ejército fresco y armado hasta los dientes– y de paso elimina un actor que resultaba impresentable en la conferencia Ginebra 2.
Al mismo tiempo, la OTAN proporcionó al Ejército Libanés la información necesaria para proceder a la captura del jefe de las Brigadas Abdallah Azzam, Majed al-Majed. Arrestado cuando una ambulancia lo trasladaba del hospital hacia su cuartel general, al-Majed murió oficialmente 10 días después como resultado de sus heridas. Lo más probable es que lo hayan liquidado los sauditas, temerosos por las revelaciones que hubiese podido hacer.
Si todo hubiese funcionado según lo previsto, hoy sólo quedaría en el terreno el Frente al-Nusra, lo cual habría reducido definitivamente las pretensiones de la Coalición Nacional. Pero el empecinamiento de Arabia Saudita ha dado lugar a la aparición del Frente Islámico, que pretende influir en el resultado de Ginebra 2.
Si no aparece Israel en la explosión de la coalición antisiria es porque, ateniéndose a la estrategia que ha venido siguiendo desde hace 10 años, Tel Aviv se esconde detrás de sus aliados –en este caso, Francia y Arabia Saudita. La administración Netanyahu se manifiesta únicamente cuando hace falta socorrer a los Contras con su aviación o facilitándoles una posición de repliegue en el Golán, región que Israel sigue ocupando ilegalmente. Por desgracia para él, Netanyahu no ha podido intervenir en las últimas semanas porque los principales combates se han desarrollado en el norte de Siria.
Mientras tanto, las delegaciones de los Estados que tuvieron la prudencia de retirarse del conflicto o que han respaldado a Siria esperan que Ginebra 2 les traiga algo de agradecimiento. Una veintena de esos Estados esperan obtener contratos de reconstrucción financiados por las organizaciones intergubernamentales.
Ya es evidente que Arabia Saudita y Francia serán los grandes perdedores de Ginebra 2, con más posibilidades de tener que pagar que de recibir algo. El presidente francés Francois Hollande no parece preocupado por eso en la medida en que ha cumplido su misión al servicio de Israel y ve las consecuencias para su propio país sólo como algo secundario.
Por su parte, el rey Abdallah de Arabia Saudita se empeña en obtener un premio de consolación en Líbano. En ese contexto, la mayoría libanesa aceptaría la nominación de un gobierno minoritario cuya única función será aprobar la donación saudita de 3 000 millones de dólares en armamento francés. Después de eso, el nuevo gobierno libanés sería derrocado por el parlamento y el país volvería a la actual situación de inestabilidad y estancamiento.
La delegación gubernamental siria aborda la conferencia con optimismo. Las fuerzas de la oposición están a la desbandada a raíz de la desaparición del ESL y de la retirada masiva del EIIL. La principal preocupación de Damasco parece consistir en este momento en preparar las bagatelas que presentará a sus interlocutores para que puedan disimular la derrota que acaban de sufrir y celebrar la victoria del consenso y del interés general. Damasco planea para ello crear ministerios temporales que se encargarían de manejar las relaciones con los ex enemigos –ya convertidos en generosos donantes–, ministerios que pondría en manos de los ex empleados de esos mismos ex enemigos. La Coalición Nacional tendría así aunque sea una utilidad, adquirida gracias a su pasada traición.
Fuente
Al-Watan (Siria)
Tomado de: http://www.voltairenet.org
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