jueves, 13 de febrero de 2020

De cómo Israel se convirtió en uno de los peores estados delincuentes del mundo

por María Landi
Alain Gabon*

A pesar de la propaganda, Israel no es una democracia y nunca lo ha sido.
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (AFP).
Como parte integral de su permanente y sistemática propaganda, Israel, junto a sus fervientes partidarios y legiones de agentes pagados y anónimos, repite celosamente y difunde en los medios de comunicación, en los campus universitarios, en blogs y secciones de comentarios, en conferencias y más, los mismos viejos y agotados mitos del sionismo.
Las guías de propaganda y los kits de herramientas, como el “diccionario global de idiomas“, ofrecen argumentos y contraargumentos listos para vender Israel a periodistas y críticos. Tales ‘talking points’ vienen con consejos sobre qué tono y tácticas retóricas usar, qué palabras y fórmulas “funcionan”, y cómo discutir temas “delicados”, como la colonización y la anexión ilegales de tierras palestinas, las colonias judías y el asesinato de civiles.
Todo eso va a empeorar aún más ahora, ya que el presidente de Estados Unidos Donald Trump ha recompensado y envalentonado a Israel al reconocer su colonización ilegal y brutal (sus “asentamientos”). Del mismo modo, ha ofrecido otra espectacular demostración del desprecio total de los Estados Unidos por el conjunto del Derecho Internacional.
Establecer un ejemplo de este tipo solo enviará el mensaje a todos los déspotas, autócratas y tiranos de varios bandos y sectores en todo el mundo de que no solo está bien robar, colonizar y brutalizar a poblaciones débiles e indefensas, sino que incluso puedes ser recompensado por Occidente por adoptar la “ley de la selva“.
Máquina de desinformación
Los medios de comunicación están saturados de noticias positivas sobre el “milagro económico israelí”, su riqueza y sus altos estándares de vida, y su próspera industria start-up y de alta tecnología. Pero, ¿alguna vez han escuchado de un medio de comunicación hegemónico o un político occidental que una quinta parte de la población israelí vive por debajo del umbral de la pobreza, que las personas se ven obligadas a buscar comida en la basura para evitar morirse de hambre, o que Israel tiene la tasa de pobreza más alta de todos países del mundo desarrollado?
Lo más probable es que la respuesta sea NO, y debemos preguntarnos por qué. Otras mentiras propagadas por la máquina de desinformación de Israel incluyen los mitos de origen, siendo el más famoso el de Palestina como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, que extrañamente persiste, a pesar de su absurdo histórico. Israel depende mucho de la ignorancia y de la credulidad.
Esta magnífica colección fotográfica interactiva de Palestina anterior a 1948 es suficiente para pulverizar esa mentira revisionista, que busca eliminar la noción misma de la existencia de palestinos/as en esa tierra antes de que las potencias coloniales occidentales se la entregaran a los inmigrantes judíos de Europa y otros lugares. La población nativa palestina fue obligada a pagar por un Holocausto que Europa había cometido y en el que ellos mismos no participaron.
Además de la naturaleza patética de tales operaciones de relaciones públicas para contrarrestar las críticas y mejorar la desastrosa imagen global de Israel, su efectividad es algo más que incierta.
Cuando circulan noticias e imágenes de las matanzas y mutilaciones de niños palestinos, los bombardeos deliberados de escuelas y el uso indiscriminado de fósforo blanco por parte de Israel en barrios enteros, es difícil retratar de manera convincente a un estado tan depredador, violento y terrorista como noble, democrático, pacífico o civilizado, como lo pretende la propaganda sionista.


Fuerzas de seguridad israelíes escoltan a un grupo de colonos judíos visitando la Explanada de las Mezquitas, donde afirman que se encontraban dos templos judíos y hoy se encuentra la mezquita de Al Aqsa, el tercer sitio más sagrado del mundo para el Islam. Ciudad Vieja de Jerusalén, 2/6/19. (Ahmad GHARABLI / AFP)

Mitos sionistas
El mito sionista más común es la narrativa de que Israel es la “única democracia” en la región, a la que algunos incluso describen como una democracia liberal, igualitaria y de estilo occidental. Este grotesco cuento de hadas perpetúa la falacia de una similitud de regímenes, de un destino común y de una alianza natural entre Israel y las naciones occidentales. La propaganda racista a menudo lo compara con los estados árabes inevitablemente “bárbaros”, atrasados €‹y antidemocráticos y las sociedades de mayoría musulmana.
Esta descripción engañosa se hace eco del discurso más amplio, aún más siniestro pero igualmente falaz, del “choque de civilizaciones” de Huntington, que en sí mismo es la reformulación cultural, en términos de civilización, de las viejas ideologías de la diferencia racial.
Repetir una mentira varias veces no la hace cierta, aunque los agentes de Israel creen claramente que sí. Israel no es una democracia, y ciertamente no es un estado “liberal, igualitario”. Dos hechos escalofriantes y categóricos pueden fácilmente desacreditar este mito.
En primer lugar, está la adquisición de la nacionalidad y la ciudadanía israelíes a través de la religión. La Ley de Retorno permite a cualquier persona judía, en cualquier parte del mundo, emigrar a Israel y obtener la ciudadanía israelí plena, aunque nunca haya pisado el país ni tenga familiares en esa tierra. El camino privilegiado y aristocrático hacia la nacionalidad está reservado exclusivamente a las personas judías, mientras se les niega a los miembros de otras religiones. La discriminación religiosa se institucionaliza como política oficial del Estado.
Leyes de matrimonio arcaicas
Imagínense por un minuto cuán “democráticos” serían países como Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos si decidieran que, de ahora en adelante, las personas cristianas de todo el mundo, pero solo las cristianas, podrían emigrar libremente y establecerse allí y, a diferencia de las personas de cualquier otra religión, o incluso de las ateas, se les otorgaría la ciudadanía automáticamente al llegar.
Esto equivaldría a descartar sus principios democráticos más fundamentales y básicos, incluido su preciado secularismo; pero esa discriminación religiosa institucionalizada es exactamente lo que Israel practica.
En segundo lugar, está el tema del matrimonio. Dada la enorme maquinaria de propaganda pro-israelí, junto con la complicidad silenciosa de nuestros medios de comunicación y gobiernos occidentales, muchas personas ignoran que en Israel solo las autoridades religiosas pueden oficiar matrimonios. No se permiten matrimonios civiles, no religiosos.
Peor aún, los matrimonios mixtos o interreligiosos también están prohibidos por ley, lo que obliga a las parejas interreligiosas a casarse en el extranjero. Cuando regresan, la pareja no judía a menudo recibe un trato ciudadano de segunda clase por parte del Estado.
Nuevamente, imaginemos lo que sucedería con las democracias francesa, británica, alemana o estadounidense si tuviéramos que aplicar estos arcaicos principios. Algo impensable para quienes vivimos en democracias reales, el Estado de Israel se las arregla para hacer aún más duras esas prácticas ya retrasadas, imponiendo una sentencia de prisión de dos años a las parejas que se casan con una autoridad religiosa no acreditada por el Estado.
A pesar de todo esto, el primer ministro Benjamin Netanyahu y sus secuaces de las relaciones públicas continuamente nos explican, con gran cara dura, cuán democrático, igualitario, tolerante, abierto y culto ha sido siempre el Estado de Israel, y cómo otorga a todos sus ciudadanos y ciudadanas los mismos derechos.
Apartheid institucionalizado
Israel ya era un estado profundamente racista, no igualitario, antidemocrático y teocrático antes de que se aprobara la ley del Estado Nacional el año pasado. Ahora, es aún peor.
Concebido desde el principio como un “Estado judío” (etnorreligioso), una descripción que finalmente ha reconocido abiertamente a través de la ley del Estado Nacional -así como otros países se consideraron a sí mismos como “estados blancos” (Sudáfrica, los Estados Unidos segregacionistas-, no es sorprendente que Israel haya instituido rápidamente un verdadero sistema de apartheid.
Esta realidad es fácilmente visible para cualquier persona en el terreno, y ha sido abundantemente documentada durante décadas por medios de comunicación, por todas las principales organizaciones de derechos humanos, por equipos independientes en el terreno con mandato de la ONU, por activistas palestinos e israelíes, ONGs y académicos/as, que explican cómo el régimen de apartheid israelí inventa constantemente formas nuevas y creativas para perpetuarse y consolidarse.
Sobrevivientes judíos/as del Holocausto y sus descendientes han denunciado a Israel como un estado de apartheid estructuralmente segregacionista e incluso fascista. Se puede tener la seguridad de que cuando alguien ha sobrevivido a Auschwitz, como lo hizo el profesor Hajo Meyer, puede reconocer al fascismo en acción, particularmente en su propio país.
Veteranos del Congreso Nacional Africano que se pasaron la vida luchando contra el apartheid en Sudáfrica también han declarado que lo que vieron en Israel fue en algunos aspectos peor de lo que enfrentaron en su país. Incluso el ex presidente estadounidense Jimmy Carter escribió un libro completo sobre el apartheid de Israel, explicando cómo los palestinos fueron enjaulados en una prisión al aire libre peor de la que tuvieron que enfrentar los sudafricanos.


El primer ministro Netanyahu asiste a una reunión del bloque de derecha en el Knesset (Parlamento) en Jerusalen, el 20/11/19. (GALI TIBBON / AFP).
Discriminación legalizada
La discriminación de Israel contra sus ciudadanos/as árabes, entre otros, no es solo un fenómeno social, económico o cultural. Todos los países tiene algo similar. No obstante, en el caso de Israel, la discriminación se institucionaliza, y también se inscribe en su sistema de Justicia.
“La ley israelí incluye numerosas disposiciones que afirman e institucionalizan explícitamente un principio de desigualdad entre judíos y árabes”, señala el profesor y político árabe-israelí Yousef Jabareen.
“Para citar solo un ejemplo, la bandera israelí, con su Estrella de David, representa solo a la mayoría judía del país. Pero este tratamiento diferencial ciertamente no se limita al ámbito de lo simbólico. Existe en todos los ámbitos de la vida: la definición del Estado y sus símbolos, pero también las leyes de inmigración, ciudadanía, participación política, acceso a la tierra, cultura, religión, políticas presupuestarias, etc.”
Al igual que la Ley de Retorno, los “asentamientos” en Cisjordania ocupada -a menudo en infracción directa a la propia legislación israelí y en grave violación al Derecho Internacional– están exclusivamente reservados para la población judía.
Israel invierte considerables recursos en infraestructura y servicios sociales allí, pero a las personas no judías no se les permite vivir en las colonias, a pesar de que a menudo se construyen en tierras confiscadas de propiedad privada de palestinos.
Estos colonos viven en medio de una población palestina de más de tres millones en Cisjordania y Jerusalén Este, sometida a una ocupación militar brutal y omnipresente. Otros dos millones de personas palestinas viven bajo el bloqueo y un constante terror militar en Gaza. Ninguno de estos grupos tiene derecho a votar en las elecciones israelíes.
Nuevamente, imagine el escándalo si Gran Bretaña o Estados Unidos comenzaron a invadir territorios fuera de sus fronteras internacionalmente reconocidas, a anexar ilegalmente la tierra y los recursos, y luego comenzaran a crear asentamientos solo para población cristiana en esas áreas.
Las docenas de leyes israelíes que discriminan explícitamente a las y los ciudadanos árabes y palestinos en los territorios ocupados están bien documentadas. Se puede acceder a ellos a través de la base de datos de la organización de Derechos Humanos Adalah, y se aplican a todos los aspectos de la vida palestina: ciudadanía, educación, derechos políticos y económicos, residencia, idioma, cultura, religión, etc.

Colonialismo hiper violento

Incluso el acceso al agua, el recurso más fundamental y que sustenta la vida, es objeto de un trato diferencial por parte de Israel, que nunca ha dudado en confiscar el agua o utilizarla como arma de guerra para castigar colectivamente a poblaciones enteras.
Desde que se adoptó la ley del Estado Nacional, la discriminación sistémica ha empeorado aún más, con la aprobación de nuevas leyes para afianzar aún más y ampliar la desigualdad.
Además de toda esta evidencia de que Israel no es democracia, el Estado también se ha vuelto mundialmente infame por su colonialismo implacable, ilegal, supremacista e hiper violento; su anexión de tierra a punta de metralleta; su terrorismo militar; y sus ejércitos de fanáticos “colonos” judíos, que no son más que delincuentes internacionales y ladrones de tierras.
Durante su medio siglo de ocupación y anexión ilegal, que ahora está condenada a empeorar aún más, Israel ha violado deliberadamente y con pleno conocimiento casi todas las convenciones y tratados del Derecho Internacional y todas las resoluciones de la ONU , incluidos los Convenios de Ginebra, la Carta de las Naciones Unidas, el Plan de Partición de la ONU de 1947, los acuerdos de Camp David y Oslo, etc.
Tal comportamiento fuera de la ley le ha dado a Israel el honor distintivo de estar entre los países que durante décadas han sido, y continúan siendo, regularmente condenados por todas las principales organizaciones de derechos humanos, y por la propia ONU.

Distintivamente terror israelí

Es difícil encontrar un estado delincuente peor que Israel. Desde sus mismos inicios, marcados por la limpieza étnica, Israel ha castigado colectivamente a poblaciones civiles indefensas, matando a familias enteras, mutilando deliberadamente a niños, bombardeando escuelas y hospitales, cometiendo atrocidades e indesmentibles crímenes y barbaries, que se han convertido en algo distintivo y parte de la esencia de Israel.
Incluso los propios soldados israelíes -miles de ellos, a menudo soldados de élite nucleados en organizaciones de veteranos como Breaking the Silence- están exponiendo y documentando los ataques sistemáticos y deliberados de Israel a la población palestina indefensa. Así como los veteranos del Congreso Nacional Africano conocen el apartheid, y los sobrevivientes del Holocausto saben del fascismo, cuando lo ven, estos valientes soldados seguramente saben de lo que están hablando, ya que alguna vez formaron parte de eso.
Pero ellos también son probablemente “antisemitas” o “judíos que se odian a sí mismos”; en lugar de a ellos, ¿tal vez deberíamos creerle a personas como Netanyahu, que continúa afirmando que Israel es la “única democracia” de la región?

*El Dr. Alain Gabón es profesor asociado de francés con sede en los Estados Unidos y es el jefe del Departamento de francés en Wesleyan College en Virginia. Ha escrito numerosos artículos e investigaciones sobre la Francia contemporánea y el Islam en Europa y en todo el mundo. Sus trabajos han sido publicados por revistas académicas, grupos de expertos, como la Fundación Córdoba de Gran Bretaña, y medios de comunicación convencionales, como Saphirnews y Les cahiers de l’Islam. Su ensayo titulado “Radicalization islamiste et menace djihadiste en Occident: le double mythe” aparecerá en una próxima publicación de la Fundación Córdoba.



No hay comentarios:

Publicar un comentario