
La especie descubierta, Plutomurus ortobalaganensis, debió separarse del resto de sus congéneres hace aproximadamente un millón de años. En ese momento se internó en la cueva y comenzó a adaptarse a su propio medio. Al no tener luz, se deshizo de los ojos y alargó las antenas, que le sirven para tocar su entorno y para percibir señales químicas. Y como nadie le puede ver, descartó también los pigmentos, tomando su apariencia transparente.
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Esta especie pertenece al grupo de los colémbolos. Hasta hace poco, se consideraba que estos pequeños artrópodos pertenecían al grupo de los insectos, pero las últimas pruebas parecen indicar que son un grupo evolutivo muy cercano. Tienen como máximo 6 milímetros de longitud, y normalmente viven entre el sustrato de los bosques. Su característica propia es la furca, la parte final del abdomen convertido en un órgano preparado para el salto.
Lo que los investigadores aún no han sido capaces de explicar es de qué se alimentan. Es decir, aún no han podido establecer la red trófica de la cueva, ya que no han encontrado ningún organismo capaz de producir su propio alimento, quienes realizarían una función equivalente a las plantas de la superficie o las algas de los mares, sobre las que basar todo el ecosistema.
Imagen de un colembolo. De U. Burkhardt, vía Wikimedia Commons

Este descubrimiento demuestra la dedicación de las personas implicadas. Para poder acceder a las zonas de mayor profundidad de la cueva se organizan de la misma manera que en las expediciones a las grandes montañas. Establecen campamentos base, a los cuales llevan el material, y desde allí van atacando los distintos niveles de las cuevas. En cada campamento base deben dejar parte del material, ya que no pueden acceder con él a los siguientes niveles. Para superar algunos pasos deben incluso sumergirse y bucear varios metros.
En cada visita toman muestras, la mayor parte de ellas a mano, ya que las técnicas tradicionales para recoger fauna no son útiles en estas condiciones. Y en cada ocasión se encontraron una sorpresa, ya que no creían que fuesen a hallar nada más allá de los 1.400 metros y, sin embargo, siguen apareciendo organismos. Y todo esto, sin contar con financiación. Todo, incluidos los gastos de desplazamiento y comida, lo han pagado de su bolsillo, y en su tiempo de vacaciones.